Azúcar y mentol


Una canción vieja suena en la radio. Reza algo acerca de la víspera de la destrucción. Es sesentera. Desde hace tanto tiempo atrás que deliramos con el fin. El inmanente desenlace de nuestro existir. Pareciera que algunos claman para que suceda ya mismo. En unas horas. En un segundo. Y en el horizonte cercano —y a la vez tan lejano— siempre existe un indicio de que el apocalíptico final se acerca cada vez más. No puede haber otra manera. Todo lo que comienza —dicen por ah—﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽e haber otra manera. Todo lo que comienza —dicen por ahan lejano— siempre existe un indicio de que el apocal amo. En uí— tiene que terminar. ¿Quién dicta la regla? No me vengan con sus cuentos acerca de deidades omnipotentes. ¿De verdad, hay una regla —un tiempo preciso y contabilizado para que la humanidad desaparezca? ¿Por qué?

El café sobre mi mesa —de lo frío— ya está casi intomable. Una abominación, diría mi anciana madre. Ella siempre lo toma hirviendo, Si no me quema la lengua, no es buen café, dice. Y aunque sea un sobrecito de Nescafé que le dan en cualquier tienda de la esquina o en una cafetería cualquiera, mi madre piensa que si su lengua sufre, entonces el café viene de la mejor cosecha cordobeña. Siempre he pensado que si el mundo se queda sin café, se desataría el caos. Es la droga más aceptada y difundida. Es la droga que necesito en estos momentos y para mi desgracia, la dosis necesaria yace helada sobre mi escritorio. Qué desventuras. Siempre me pasa lo mismo. Ahora se presenta ante mí una encrucijada gracias a la que, pase lo que pase, siempre termino pensando lo mismo. De niño odiaba el café. Era el amargo pesar que atravesaba mi garganta a la fuerza. Porque un buen trago, decía mi madre, me vendría bien antes de la escuela. ¿Qué pasaría si siguiera detestando el café? Esta encrucijada no se me presentaría. No tendría que decidir entre terminar lo que sea que haga o pararme a recalentar mi taza de cerámica. Entonces, por alguna razón, pienso en la teoría del caos. Y las mariposas invaden mi cabeza. Si ese frágil bicho puede generar un tornado, cualquier ser humano puede generar lo que se proponga, me digo a mí mismo, como si mis palabras salieran de algún gurú de los clubes de optimismo. La risa es incontenible, pero la debo retener. Sólo río para mis adentros. En este lugar es necesario tener mesura. Y así lo hago. Siempre hago lo necesario para transcurrir sin problemas y espero seguir así.

La canción del intérprete con la voz rasposa, que dictamina que estamos en la víspera de la destrucción, ha terminado. Qué lástima. Me encanta esa canción. Mi taza vuelve a echar vapor al ambiente de la oficina y mis dedos regresan al teclado, que ahora luce una mancha ocre en el lugar donde una gota de mi droga favorita cayó hace algunos segundos. Y ahora ya no hay excusas. Mi café está caliente, como mi mamá me enseñó. La distractora melodía apocalíptica ha finalizado, pero mi hoja de Word sigue en blanco. La inspiración es una puta y de las caras. Viene cuando quiere y se larga con desdén. Ocasiona hasta que palabras altisonantes broten de mi ser. Yo siendo tan bien educadito, como dirían mis tías. Pendeja. Aparece ya. La angustia tan terrible de la que alguna vez habló Kierkegaard, ahora adquiere corporeidad en mi ser. El frío sudor comienza a pulular de los poros y los dedos luchan por asfixiarse unos a otros. Manos nerviosas siempre he tenido. El reloj de la pared no ayuda. Crea esa atmósfera de tensión tan cliché, que en todas las películas chafas se ve como indispensable para que la acción fluya. Tal vez el individuo que “decoró” la oficina, pensó que algún día, un personaje en mis penosas circunstancias se encontraría tan concentrado y atareado, que el reloj generaría en él la misma desesperación que tan mal ejemplifican los actores de las pésimas producciones cinematográficas. O tal vez sólo me excuso en mis pensamientos para no hacer mi deber. Tal vez sólo no sé qué escribir.

Tic-tac, hace el reloj. Como las pastillitas blancas que crean adicción. Es un genio —su inventor. Tienen el balance perfecto de azúcar y mentol. Un prodigio de los tiempos modernos. Es más, iré por unas a la tiendita de abajo. Total, mi café ya se enfrió por segunda vez y, la verdad, ni ganas tengo de tomarlo. Los dulces suenan como la mejor alternativa a mi bloqueo creativo. Una excusa más conmigo mismo, qué importa. Alzo los brazos para estirar mis músculos poco trabajados y bostezo inevitablemente. La cafeína faltante ya cobra estragos a mi organismo. Me incorporo de la silla con rueditas y palpo mi cartera en el bolsillo trasero de mi pantalón. Con las llaves en el delantero y el capital en la retaguardia, salgo de la jaula en donde mis ideas no fluyen como deberían.

El aire matutino me pega de lleno en la cara y es inevitable sonreír. Quizá sólo necesito ver el mundo para encontrar inspiración para el maldito texto que me pidieron. La tienda está a una cuadra exacta del edificio en donde se encuentra mi lugar de trabajo. Es un trayecto que siempre hago, casi maquinalmente. Pero esta vez, intento esforzarme en apreciar las nimiedades que me ofrece la existencia. Otra vez con la visión optimista que hace que me cague de risa por dentro. Pero sin importarme, comienzo a percibir. Al momento en que el canto de un tórtolo me suena como el que Nezahualcóyotl describe como cuatrocientas voces en todos los billetes de 100 pesos, un rostro carcomido por un acné que despareció hace muchos años aparece ante mis ojos. Es un poco más bajo que yo. Su boca destila un hedor a alcohol y bacterias almacenadas. Lleva una sudadera que en otro tiempo fue negra, con gorrito, sucia, muy sucia y con restos de ramitas y hojas como las que se adhieren a tu ropa cuando te recuestas en el pasto. Pareciera que llora, pero estoy seguro que sus ojos presentan los estragos de alguna sustancia, no el vestigio de dolor o tristeza. Lleva la mano en el pants holgado y descolorido como su sudadera. No sé si la descripción que pasa por mi mente se debe a mi reciente estado optimista, o si siempre que me cruzo con alguien puedo hacer este ejercicio de reconocimiento ajeno. No ha pasado ni medio minuto, cuando espeta la primera palabra. Dame todo lo que cargues, puto, dice la boca hecha de alcohol. Es algo raro. Siempre me la pasé encerrado. Saliendo pocas veces sin arriesgarme al vasto exterior. Pero es curioso cómo el peligro llega a cualquier parte, sin importar lo poco aventurero que seas. Quizá fue esa inexperiencia la que me hizo evadir su petición. Pérame tantito, le dije, ¿qué quieres? Una pregunta tan estúpida osó salir de mi boca deseosa de azúcar y mentol. Que saques todo lo cargues, puto, ¿no me oíste?, dijo —y con razón. Un minuto, dos o una hora. Se pasan igual. El instante es infinito. No sé si este personaje había asaltado otras veces, o si era la primera vez y al no tener contemplado el movimiento para sacar “todo lo que cargaba”, reaccionó de mala manera, pues cuando me llevé la mano al bolsillo trasero del pantalón, soltó el navajazo a mi cuello.

No me pregunten de los factores científicos que sucedieron al corte en mi cogote, pero sólo tardé unos segundos en apagarme. En ésos histéricos momentos antes de bajar el telón, mi bestial optimismo recién adquirido me llevó a pensar que, por lo menos así, ya no me tenía que preocupar por escribir nada, aunque ahora no reí para mis adentros, sólo suspiré. Y justo un instante antes de partir para siempre, con el estertor final sucediendo irremediablemente, vino a mi mente la voz rasposa de la canción sesentera que tanta razón tenía. Mas ya no estaba en la víspera, sino que la propia destrucción me había llegado y, lamentablemente, no había podido terminar el texto que no fluía y que ahora —en medio de la incertidumbre— me parecía que pude haber escrito cientos y cientos de páginas. ¿Y qué pasaría si no hubiera deseado azúcar y mentol? La probable e inservible conclusión nunca llegó, pues justo cuando mi mente la tejía, las alas de una caótica mariposa cernieron su oscuridad sobre mí. 

El poder de lo inefable



El poder de lo inefable


Cuando mis padres me nombraron Edgar Allan, habían puesto sobre mis hombros una pesadísima y tenebrosa sombra de la que me tendría que ocupar, quisiera o no, toda mi vida. Tener a Poe a cuestas no es, para ninguno, tarea sencilla. Es un grande entre grandes. Un titán de las letras universales, que se yergue sobre sus contemporáneos y aplasta a sus descendientes; una efigie a la que su fama y trascendencia, le han encumbrado como dueño absoluto de lo siniestro, de lo macabro y de la más sublime perfección literaria.  El más terrible de los locos.

Me resulta difícil de poner en palabras el momento en que la idea de superación, esa idea hostigan-te y viciosa, invadió mi cabeza por primera vez; pero ya dentro, el acoso era incesante, implacable, perenne. La presencia perpetua de una idea que, sabes que conlleva sacrificios horripilantes, es un castigo similar a la tortura. A veces quieres gritar. Otras sonríes pensando en todo lo que podrías hacer; pensando en cómo lograr tu casi irrealizable e inverosímil objetivo. ¡Qué maldición caía sobre mi ser! ¿Qué pecado estaré pagando para merecer dicho infortunio? La locura de mi homónimo estaba invadiendo mi encéfalo y esa demencia era provocada por él mismo; por su lesivo espectro de grandeza que me perseguía a cada paso, a cada respiro que mi desventurado ser emanaba.

Empecé por conseguir las armas necesarias para el sinuoso e intrincado destino que me aguardaba. ¡Qué bellas armas eran aquéllas! El más potente y pernicioso de los venenos y a la vez el más suave pétalo de la primorosa flor. Sí, hablo del colosal y muchas veces espantoso poder de las palabras, de la supremacía del lenguaje plasmado. Leí con voraz y fogoso apetito a los grandes dramaturgos griegos. Terminé con las fastuosas epopeyas del invidente Homero y proseguí con la lectura de las malaventuradas hermanas, mas poseedoras de un talento para derrochar, que respondían al apellido de Brontë. También conocí a los más inmensos discípulos de Su Majestad Poe que a su lado eran simples párvulos, hablo de Lovecraft, de Christie de Mellville. Los leí a todos y pensé en la desgraciada alma que les había inspirado tanto, en esa persona de fortuna paupérrima que perdió a su más amada, apreciada y adorada en múltiples ocasiones y a quien la inestabilidad de ese bien malsano que llamamos dinero, nunca le fue favorable. ¡Oh, Edgar Allan, pobre infeliz! ¿Acaso fue la desgracia lo que colmó tu cuerpo de ingenio y maestría sin igual? ¡Cuánto quería yo esa desgracia, cuánto quería tu secreto, oh malvado!

El goce que me producía la nutrición literaria era, sinceramente, el más dulce de los  alimentos existentes. La realidad, esa era la pavorosa y turbadora nada. Inexistente e inerte, era la muerte misma.  Lo verdaderamente real se encontraba impreso en páginas amarillentas que leía con ahínco, con cubiertas desgastadas, consumidas por el uso prolongado y propietarias de un olor virtuoso, de un grado exquisito, el inimitable perfume del conocimiento . Sin embargo, como he dicho antes, no todo érame agradabilidad y parsimonia. La pasión y obsesión con la que mi objetivo me poseía, eran demasiado para cualquier allegado a mi persona. Pronto fui perdiendo comunicación con todos , mi vida se fue convirtiendo en una perpetua prisión de melancolía y silencio. Aunque al principio fue un duro golpe a mi existencia, acostumbrada al desenvolvimiento oral, había decidido hacía ya mucho tiempo, que por muy pesada que resultara para el alma, por más fatiga que mis huesos padecieran y por vasto que fuera el hastío que llenara mi pensamiento de repulsivos sentimientos de flaqueza, cumpliría la tarea al pie de la letra. Yo debía sobrepasar y anular al mítico Poe.

Luego fui un cuervo solitario. Un espíritu errante que se sumergía en un insondable vacío humanitario y habitaba un mundo de trivio y erudición que sólo servían para nutrir una vesánica cabeza carente de sensaciones. ¡Tonto obcecado, qué ventura mciologmo efecto domin los mejoresitario me costara vivir. Considerations. Revista Mexicana de Sociologmo efecto domin los mejoreás miserable! ¡Qué lacerante camino habías escogido!

Pasaron años y libros. Llegó un momento, justo cuando la luna de octubre proyectaba su divinidad sobre la ventana de mi habitación y daba de lleno sobre mi Capricho goyesco en el que se leía: “El sueño de la razón produce monstruos”, cuando decidí que había arribado el tiempo para escribir la obra que sepultaría al Cuervo de Boston. El escrito más portentoso de todos, el más grande sueño humano fundido con la razón.

Nueve días y diez noches fue lo que le tomó, a mi hinchada sesera, el terminar la magna creación. Mis yemas magulladas con la constante escritura, evidenciaban un azafranado panorama de sobre-utilización. Nada importaba ahora que había plasmado los desenfrenados y lunáticos pensamientos sobre la celulosa. Admiré satisfecho mi obra, casi con lágrimas en los cansados ojos y caí dormido sobre la vetusta madera de mi mesa de trabajo. El alba llegó a mis párpados, acompañada del suave trinar de los pájaros que se posaban en el árbol al pie de mi ventana. Después de mucho tiempo, parecía que un indicio de bonanza regresaba a mi existencia achacosa, consumida por la funesta obsesión. ¡Qué satisfecho estaba con mi escritura! ¡Dichosa la hora en que devoré tus libros, Poe!

Recogí todos los papeles con mis párrafos y corrí presuroso a casa de la única persona en la que todavía confiaba. Su nombre era Anabel, y nos conocíamos desde críos. Nuestras madres ocasionalmente se juntaban para beber copiosas tazas de café y algunas veces, las menos he de admitir, una buena botella de bourbon. Mientras tanto, Anabel y yo pasábamos horas en nuestras habitaciones, inventando cualquier juego o leyendo a los grandes maestros. Si tuviera que nombrar a una mujer espléndida, seguro que la nombraría a ella. Empero poco a poco, la distancia fue cobrando factura al igual que con las demás personas. Mi tenaz y persistente aislamiento durante mi adolescencia y lozana adultez, lograron al fin desmembrarnos del todo y mi impedimento para sentir amor, implicó que jamás ideara una elegía para Anabel. A pesar de todo, algo indescriptible dentro de mi conciencia sabía que ella era la indicada para embelesarse por primera vez con mi literatura. Sacudiendo mi espíritu y probándome el mejor abrigo que logré encontrar en mi polvoriento ropero, emprendí el desplazamiento hasta los misteriosos y, secretamente entrañables aposentos de la mujer.

Luminosidad por doquier que invadía mi visión. Ya no recordaba hacía cuánto tiempo que había dejado mi morada por última vez y mis globos oculares tardaron un tiempo considerable en adaptarse a la estrella que encendía mi sendero. Caminaba en silencio, los rostros de las personas, pensé, eran inhumanos, quizá monstruosos. Sus ojos se abrían enormes ante mi paso encorvado y me dirigían, a pesar de mi atuendo de gala, miradas cargadas de un repudio despiadado. ¡Qué cruel era este mundo! Dejando de lado las sombrías expresiones, mucho de lo que observé en el camino, no sé cómo, me recordó la infancia que pasé junto a la sonrisa afable de Anabel.

El umbral que yacía frente a mis ojos, pensé, era la más lóbrega construcción de acero que había visto en mi vida. Los delgados barrotes de la reja, se entreveraban entre sí como lombrices de tierra siendo torturadas con cloruro de sodio. Su fin era rematado con unas desmesuradas puntas aguzadas, enfiladas hacia el firmamento de un cobalto blancuzco. Un ofidio monstruo de metal custodiaba tu entrada, tu valioso cuerpo, Anabel.  Armándome de valor, crucé el límite entre la calle y el territorio de la mujer. Mis zapatos tocaron un durísimo piso empedrado y emitían un curioso repiqueteo a cada paso que daba, mismo con el que cada vez me acercaba más a su encuentro. Reposé por un momento el portafolio con mi magna creación sobre un escalón que conducía a otra puerta. Ésta era de una preciosa madera barnizada, de vetas grandes y con la coloración de la caoba.

 Cerré mi puño con decisión y llamé a la puerta tres veces. Alcancé a oír unos pasos tras la tabla rectangular que me separaba de Anabel. Su rostro seguía inmaculado. Los pómulos perfectos y simétricos lucían una sana coloración rojiza, y los finos labios rosados emitieron una mueca singular al momento en que su mirada se posó sobre mi faz. Respiré aparentando imperturbabilidad y le dediqué la mejor de mis im-practicadas sonrisas. Me reconoció al cabo de unos segundos que parecieron siglos y optó por invitarme a pasar a su residencia. Decline ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽. Declinasar a su e parecieron siglos y optinvisingular al momento en que su mirada se pos una mujer reo que la imaginé cordialmente la propuesta, y me limité a incitarla a leer mi obra. Le expliqué sobre mis aspiraciones y a lo que me había dedicado tanto tiempo enclaustrado en la penumbra de mi vivienda. Le avisé que regresaría tres ocasos después y al despedirme, alcancé a notar un raudo visaje de lo que al principio me pareció repugnancia, pero que luego atribuí a mi visión perturbada por los indomables nervios. Regresé a mi casa y dormí plácidamente, por primera vez en largo, largo tiempo.

Con mi palabra cumplida, al tercer día me encontraba de nuevo frente a la reja de maligno aspecto. Frotaba mis manos una y otra vez contra mi abrigo de gala y, ocasionalmente, podía distinguir un leve temblor en las articulaciones de mis piernas. El mundo, sin embargo, se vislumbraba diferente, como si una metamorfosis hubiera ocurrido y todo el ambiente se había vuelto brumoso y grisáceo. Volví a tocar tres veces la barnizada puerta y volví a escuchar los delicados pasos de sus piernas. Nada de lo que había vivido con anterioridad me había preparado para lo que estaba a punto de padecer. El rostro que estaba parado frente a mí, parecía el de una bestia atroz e intimidante. Las carcajadas que salían de su entidad, sólo lograban engrosar el profundo horror que carcomía mis huesos. Esa personalidad amable que había olvidado por completo y que, a partir de tres días atrás volvía a invadir mis pensamientos, era la misma espeluznante animalada que ahora se reía de mi magnífica escritura. Era la misma que me espetaba burlonamente que si con “esa porquería” quería superar a Poe. La misma que parloteaba que me dejara de estupideces y buscara otra profesión porque como escritor no servía. La misma que me gritaba y escupía en el rostro cuando me regresaba mi portafolio con las fastuosas palabras que habían salido de mi cerebro y que ahora eran calificados de inmundicia y fantochería. ¡Qué era lo que ocurría en ese lugar endemoniado! ¿Cómo se había producido semejante cambio en una persona?

Corrí aturdido y ofuscado con el maletín que contenía mi creación bajo el brazo. Mi mente no alcanzaba a comprender los acontecimientos que acababa de vivir, mas un vacío sin fin se apoderaba de mi cabeza. Arribé a mi casa con fuertes náuseas y la visión nebulosa. Aventé el negro paquete que cargaba en mis brazos hacia el colchón semi-destruido que reposaba en el suelo de mi habitación, y caí desfallecido por la catástrofe sobre el rígido suelo de la estancia.

Evos transcurrieron desde entonces. Mi vida monótona se concentraba en idolatrar a mi persona, a mi magna creación literaria y alborozarme creyendo que era más grande que Poe y que no necesitaba tampoco a ninguna mujer. No fue hasta que un día soleado de agosto, decidí salir de mis tinieblas para intentar regocijarme con el aire rozando mis mejillas. Cuando tomé el picaporte hacia el mundo, dudé un instante antes de rotarlo y, quizá, si hubiera hecho caso a mi intuición no me hubiera encontrado cara a cara con la horripilante verdad. Como si un rayo hubiera fulminado toda la aparente realidad, mis ojos fantasmales alcanzaron a percibir lo verdaderamente real de mi existencia y mi incorpóreo razonamiento comenzó a comprender.

Lo cierto, ahora lo sé, es que jamás regresé al umbral de la bella Anabel. Tampoco el maletín que supuestamente yacía sobre el colchón contenía mi cuento esplendoroso, pues en su interior sólo están los cadáveres casi consumidos de algunas polillas y otras alimañas de calaña similar. El esqueleto putrefacto al lado del negro portafolio, es mi propio calcio. Tal vez, el debilitamiento por el cautiverio al que sometí a mi cuerpo, cobró factura cuando decidí salir a dar un paseo al mundo exterior, pero quería mostrar mi talento a la única mujer que me había importado. Y espero que, siquiera ella, logre disfrutar de mis supuestas palabras superiores ocasionalmente. O tal vez, sería más sensato pensar que mi osadía al querer imponerme al siniestro y majestuoso Edgar Allan Poe fue tal, que su misma sombra de grandeza, el mismísimo poder de lo inefable que le otorgaron con el tiempo sus obras y legado, vino a quitarme la vida y a obligarme a vagar por el mundo como el mismo ente fantasmagórico que fui en vida. Le pido una disculpa, maestro, pues ahora ya no me cabe la menor duda de quién es el más grande entre grandes.


El labrador de realidades

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El primer recuerdo que tengo de mi abuelo, es el estar en su regazo escuchando atentamente los cuentos que recitaba. Palabras que salían de su boca y tejían senderos para mi imaginación. Para la imaginación de todos. Para su imaginación. Así conocí las aventuras de Palroy Benebén, el niño que escapó de su casa para convertirse en un rico mercante en la baja África al cual su noble corazón lo orillaba a gastar su fortuna en la filantropía y que tenía un especial gusto por promover a la honestidad como la mejor virtud del hombre. También sabía de memoria la leyenda de “Jaguar” Gil, el bandolero que atracaba en las grandes ciudades, sólo para acumular un tesoro de proporciones indescriptibles y enterrarlo bajo la húmeda tierra de su selva natal. Otra historia recurrente, era la del territorio conocido como Plenaterra; lugar de maravillas indescriptibles, escondido para las mentes inferiores y sólo accesible para aquellos sabios que habían logrado liberar a la mente de su prisión corpórea y se habían fundido con el aire otoñal.

Toda mi infancia se podría recorrer a través de las historias que el viejo me contaba. Las palabras que utilizaba, los paisajes que construía en mi mente, los amigos que imaginaba y las ideas que dibujaba eran influenciadas por él. Todos mis sueños iban acompañados de su mano. Todas mis fotografías eran vistas con su rostro al lado del mío. Las risas y los juegos eran sólo nuestros. Era más que un padre para mí. Éramos uno. Yo era sus ojos, su boca, sus manos. Yo era su creación.

Mas llegó el fatídico día en que el niño dejó de ser niño. El imaginante dejó de imaginar. El dibujante dejó de dibujar. El creyente dejó de creer. Las historias eran puras patrañas. Tonterías labradas por un viejo que habitaba un mundo de fantasía, totalmente opuesto al mundo real. Totalmente opuesto a las mujeres de mi edad. Totalmente opuesto a la popularidad escolar. Totalmente opuesto al sistema que habíasupuestamente que seguir. Mi abuelo era el retrato de un pasado ilusiorio que quería ocultar. Y la barrera del silencio se construyó entre los dos.

Cuando sonaba el teléfono para la tradicional llamada semanal entre el viejo y yo, pedía a alguien más que le informara mi mentirosa ausencia. Cuando las reuniones familiares ocurrían en su casa, fingía una mentirosa salida. Cuando él venía hasta mi hogar, con desfachatez singular, yo argumentaba un mentiroso malestar físico. Pretextos que mantenían una muralla oral entre el constructor de cuentos y yo.

Creí ver el mundo como era. La pura realidad. Tuve una novia de pensamiento nulo. Me reía de los niños pequeños y destruía sus creencias en individuos que traían regalos para ellos o que les dejaban dinero a cambio de un poco del calcio de su cuerpo. Reía con crueldad. Ya ni siquiera iba en pos del sistema impuesto, yo haría mi propio sistema. Me comencé a rodear de gente que detestaba a su familia, odiaban a sus padres o hermanos. Tenían ideas radicalistas y pensaban que lo mejor sería no haber existido. Escuchábamos música en la que sólo se gritaba y jurábamos estar escuchando ángeles mensajeros. Una penumbra ideológica invadía mi cerebro.

De mi abuelo, no sabía nada. De mi familia, tampoco. Era un lobo errante. Un perro que gustaba de vagar solo o, las menos veces, se rodeaba de un grupo de drogadictos para no pasar tardes de ocio en la absoluta soledad. Qué horrible es el mundo. Qué lugar tan vil. Cuánta inmundicia. Pobre de ese viejo iluso que me hacía creer en creaciones fantásticas.

Un día de octubre, el viejo murió. Para mí, fue un día como cualquier otro. Mi madre entró en mi habitación desconsolada. Mi música ni siquiera la dejaba hablar. Con una clara expresión de hartazgo, bajé el volumen de los gritos y entonces dijo: “mi padre murió”. Luego me abrazó. Respondí con otro abrazo por más compromiso que convicción. Nada se movió en mí. Aquél hombre que había significado tanta alegría para mis tiempos infantiles, ahora no me hacía siquiera expresar una palabra de añoranza. El muerto era yo, pero aún no lo sabía.

Mi vida pronto siguió la de los que me rodeaban. El abismo de sustancias llegó sin remedio. Un torbellino de memorias huecas y pasajes perdidos para siempre. Historias que jamás serán contadas porque no existen, nadie las recuerda. Son hechos que nunca ocurrieron, mas que consecuencias tuvieron. Dos de mis más cercanos “amigos”, fueron encontrados muertos en sus habitaciones. Sobredosis, dijeron las autoridades. Yo sabía que estaban podridos desde antes. Mi familia intentó ayudarme lo que pudo. No obstante, los demás no son dueños de tu persona. No somos una carroza para ser guiada, somos los pilotos de un vehículo que corre el riesgo de accidentarse a cada metro recorrido. Yo me había salido del camino hacía mucho tiempo. Mucho, mucho tiempo.

22 diciembres a cuestas. 22 otoños que marcaban mi piel. Sin hogar, ni estudios concluidos, lo único que me quedaba era la casa de mi abuelos. Ahí pasaba las noches, mientras mi abuela imploraba a mis padres que trataran de ayudarme a salir de la bruma. Nunca me ha gustado que sientan lástima por mí. Es un sentimiento insondable. Preferí la miseria económica a la miseria emocional. Y escapé. Aunque había sucumbido ante las sustancias nocivas, nunca desarrollé una real adicción. Algo me cuidaba. Algo me apartaba cuando el tren estaba a punto de arrollarme.

Un tren fue, precisamente, lo último que vi antes de aquello. La estación de tren decía en letras grandes: SOTALER. Me encontraba en un país del sur de África. Los sucesos que me llevaron hasta dichas latitudes, son tan asombrosos que merecen ser contados en otra ocasión. El calor inclemente hacía que el cuero de mis  pantalones, se adhiriera a mi piel con fuerza herculeana. El bullicio de las personas era irritante; siempre lo es. Los constantes roces con hombros ajenos, los ajetreados caminares entre mares de gente, todo era habitual e igualmente repudiable para mí. Había viajado explícitamente, para ver a un cliente de mi fraudulento negocio de minerales. Era un trato muy favorable para mi economía, pero inversamente proporcional sería la desgracia del embaucado.

Con puntualidad casi inglesa, llegué a mi cita. Saludé a mi interlocutor con suma amabilidad—como buen maestro del engaño— e inicié con mi labia fatal. El hombre de unos 30 años, dejaba escapar risas a la menor provocación y parecía muy confiado de que las negociaciones conmigo iban a salir de maravilla.

Al fin llegó la conclusión de nuestro encuentro. Nos levantamos. Estrechamos manos y nos dedicamos sonrisas. Como él había estado hablando a nombre de su empresa—y las prisas con las que inicié a hablar de mi estafa fueron grandiosas— ni siquiera habíamos tenido la cortesía de intercambiar nombres. Decía que estaba encantado de conocerme y respondía al nombre de Palroy Benebén.

Enseguida, toda mi realidad se desquebrajó. Todas las creencias que había adquirido no tenían sentido. Mi vida castigadora de la imaginación y promotora de las desgracias—pues eran lo único real—implosionó en un santiamén. Justo ahí, en la baja África, viendo a Palroy Benebén alejándose a la distancia, derramé lágrimas por un viejo que hacía mucho tiempo, me había contado la vida de este hombre, Benebén, y que, sin ninguna explicación lógica, sus palabras habían sido capaces de crear una realidad más que real que la mía. Una realidad hecha por él. Él era un creador.

Jamás he vuelto a mentir, pues Palroy Benebén siempre dijo que la honestidad es la mejor de las virtudes y quién soy yo para corregir al más filántropo y más rico de toda la baja África. Ahora siempre recuerdo a ese viejo mago, capaz de dar vida a personajes tan sólo con su lengua, a ese labrador de realidades que dedicó una parte de su vida a mí, a enseñarme las cosas que son buenas, ese hombre que, con su legado, incluso fue capaz de resucitar a un muerto como yo y  al que tuve el enorme placer de llamar abuelo.

Nubes






Sí, quisimos ser rebeldes.
la noche joven y la ausencia de autoridades alertas alimentaban ferozmente nuestro deseo de escape. los ritmos cardíacos que lenta pero constantemente apresuraban su latir no nos dejaban mentir. éramos jóvenes. ninguno quería decir la primera palabra. aquélla que detonaría la huída, las letras orales claves, las importantes. nuestras miradas fijas. nos sabíamos cómplices pero había algo de tensión en el aire, tensión mental, tensión moral.
adrenalina. adrenalina. adrenalina.

¿O qué era? sí, seguro adrenalina. siento mi garganta seca, quisiera decir algo pero de verdad no puedo. de hablar, un sonido terrible saldría de mi cuerpo, no quiero sonar terrible, no para ti. tal vez mi intento reprimido es notado por tu perspicacia. esbozas una sonrisa, la más linda. un beso. rápido. seguramente me sonrojo.
¿qué buscaríamos? ¿una expedición eterna? ¿la luz que nos guiaría?
el abrazo eterno en el que nos fundimos quedará plasmado en mi memoria, incluso hoy, podría describir el aroma, tu contacto, la vista y los sonidos que en esos minutos transcurrían, congelados para siempre en una polaroid imaginaria, hasta el fin de mis neuronas.
“Vamos, escapemos“ dice tu voz alegre. tu voz cómplice. al fin. tenías que ser tú la valiente, como siempre. me es imposible esconder mi satisfacción, una involuntaria y sincera sonrisa me delata. entonces recuerdo que tengo que ser sensato. “No deberíamos, es peligroso“. sabes que no es verdad. sabemos los dos que mis palabras son tan fútiles, tan prescindibles que con otro beso se borrarán, se desvanecerán inútiles en la inmensidad citadina.

Sí, quisimos ser alpinistas. la barda de tu casa era fácil de sortear. una maceta nos sirvió como escalón hacia la libertad. tu madre dormía, jamás sospecharía, no sabía siquiera que estaba yo ahí. el encanto del engaño era algo por naturaleza en los dos. felinos. nos creíamos más inteligentes. ja, ilusos. yo sentado en el borde de los ladrillos corroídos ayudándote a escalar. maniobras de escapismo. otra fotografía imborrable. hay veces quisiera algo abrasador, cloro mental que arrasara con las instantáneas almacenadas. muchas veces.

Fuera era distinto. el ambiente se diluía de manera vertiginosa. la tensión que experimentábamos minutos antes la habíamos mandado lejos ¿lejos? lejos es donde queríamos ir. otro choque de labios para celebrar la victoriosa escabullida. dedos entrelazados al emprender la travesía a alguna parte. los pasos aparentaban ser más sonoros que de costumbre, o tal vez el estado de alerta no se había ido del todo. paso. paso. paso. paso. como un ballet sincronizado avanzábamos por los adoquines aún bañados por la llovizna taciturna.
siento tu cabeza sobre mi hombro. algunas noches, en las que llueve, podría jurar que la siento de nuevo.
¿qué estábamos pensando?
repentinamente, comenzamos a correr. pasopasopasopasopaso. nuestras piernas rotaban veloces. dos gatos maullaron cuando a la medianoche, dos adolescentes pasaron raudamente frente a sus nocturnos ojos. dos cuadras más adelante, justo bajo un faro encendido, paramos. jadeantes, sonrientes e inconscientes. una caricia más. labios otra vez.
¿Y ahora qué hacemos?, ¿adónde iremos?“ cuestioné.
Conozco un lugar“declaraste.

Ir de tu mano era un paseo levitante. los pies se deslizaban sobre el suelo, la fatiga pasaba a segundo término. quizá con tu ayuda podría haber terminado ese maratón que jamás concluí. por un momento pensé que no sabías a dónde íbamos. las calles parecían laberintos. callejones escondidos que sólo conocían los que en ellos vivían.
¿tú los conocías? ¿cuántas veces habrías ido allí? ¿por qué?
un viento levante me hizo notar que sudaba un poco. íbamos realmente rápido. las luces en las casas generalmente estaban apagadas, alguno que otro sonámbulo seguía haciendo sus cosas, los menos. así llegamos a otra barda. más alta. más desafiante que la de tu casa.
sí, quisimos ser alpinistas. el único apoyo a nuestro alcance eran nuestras propias manos. tendrías que ser la pionera. entrelacé mis dedos. te sonreí. “Vas, intrépida“. el delicado peso de tu cuerpo parecía imperceptible, no era muy fuerte, pero te podría llevar cargando por el resto de mi vida. lo habría hecho. tus yemas dactilares bien adiestradas se asieron fuertemente a la orilla de cemento. fuiste alpinista. “Tu turno, mi criminal“ dijiste con amor entre cada letra lanzada al céfiro. mi mano derecha estrechando la tuya. tersa. suave al tacto. perfecta. lo recuerdo aunque no quiero. no tengo imagen, sólo memoria táctil. permanecerá. los dos sentados en la cima de aquella barda, ligeramente corroída por el tiempo, con la pintura descuidada, grietas profundas de las que brotaban pequeñas hojas, cuya producción de oxígeno no lograría mantener vivo ni al más insignificante roedor. con un movimiento como ensayado, volteamos al firmamento. esplendoroso lucía su mejor traje. decenas de estrellas lo engalanaban mientras nuestros ojos contemplaban el cautivador y lumínico espectáculo nocturno. tu cabeza volvió a mi hombro y mi espina dorsal sintió un leve cosquilleo, aquél tan placentero y que nunca más volvería. “¿Dónde estamos?“ pregunté casi en un susurro.“Todavía no voltees, primero abrázame, tampoco hables, por favor tontito“ me callaste sonriente. mi brazo rodeó tus delicados hombros con esa delicadeza, ese cariño indescriptible, una euforia contenida que cada ocasión en que mis dedos chocaban contra alguna parte de tu cuerpo liberaban sensaciones únicas. no me di cuenta hasta años después pero fue ahí cuando comenzó tu llanto.

Saboreamos cada segundo. podría haberme quedado petrificado ahí imperecederamente, como una estatua, a tu lado. quizá 20 ó 30 minutos pasamos en silencio,en tinieblas. no se percibía el ruido de ningún motor. de ningún ser viviente. éramos tú y yo. nubes entre las sombras.
el hechizo se rompió cuando tu frente dejó de tocar mi hombro. escondiste tu semblante de mis ojos hipnotizados y hablaste: “Gracias por el sigilo, ahora, vamos...“. quizá confundí la melancolía con lasitud almacenada, pero noté un tono distinto, un matiz vocal que tantas veces me culpé por no comprender en aquellas apacibles penumbras.

Cuando tornamos las miradas ya acostumbradas a la oscuridad, observamos la majestuosidad del convento. nunca había estado allí. coronado por una gigantesca cruz, la construcción lucía mística bajo la Luna astral. “Aquí solía venir de pequeña, mi padre me traía.“ en toda situación que él era mencionado, podía distinguirse el amargo abandono, quebranto sentimental que nunca pudiste esconder ni olvidar. te besé la mejilla y me topé un húmedo hilillo de tristeza. saltamos hacia el descuidado césped que cubría el lugar. entonces, tomados de la mano, comenzamos a deambular. la cabeza gacha. los pasos flotantes. irreales. en verdad volábamos de la mano. tampoco lo noté, pero a cada paso dejaste un sendero de lágrimas, el olvidado rastro de nuestra caminata rebelde. de tu agonía. ¿por qué no me dijiste? ¿por qué?¿por qué?

Libre era como me sentía y pensé que compartías el sentimiento, empero ahora pienso que las cadenas de dolor que mantenías atadas a tu ser, te impedían volar conmigo. te agradezco, sin embargo, que al menos intentaras viajar. el sitio, sin duda, era hermoso. después de explorar casi todos los rincones, me condujiste hasta el umbral. ahí nos besamos por siempre. el tiempo se volvió una nebulosa densa. parecía no existir. detenido. detenido. no existíamos. éramos aire. una mezcla de gases unidos. la euforia encarnada. alegría humanizada. Amor.
siglos después, cuando paramos las caricias, saqué una navaja y escribí en la desgastada puerta de madera.
“Seamos nubes“ deseaste justo antes de que empezara mi labor.
tallé nuestras iniciales. incondicionales. siguen ahí. todavía. seguirán.
entonces, al unísono, gritamos. gritamos. gritamos.

El alba se avecinaba presurosa. dormías sobre mis piernas. ¿por qué te desperté? no debí hacerlo, te hubiera protegido hasta el fin de los tiempos. “Vamos, hay que regresar“ susurré con ternura en tu oído. nos incorporamos, aletargados. creía que felices. la tenue luz azul que ahora iluminaba el terreno, producía un ambiente gélido, una realidad helada. íbamos de la mano como siempre. como tanto extraño. subimos la barda, ya éramos alpinistas. regresamos por cada recoveco que antes habíamos recorrido, en aquella noche que parecía había sucedido centenares de años atrás. sonidos de madrugadores rompían el encanto antes percibido. retornábamos a la objetividad. el surrealismo se desvanecía con el crepúsculo.
caminabas a mi lado, no obstante, por primera vez desde que te conocía te sentía distante, como una acompañante y no como parte de mi ser. lo recuerdo. pasamos las avenidas que habían estado tan desiertas sólo unas horas atrás. ahora nos cuidábamos de los vehículos. la fatiga disminuye la capacidad de reacción. tenlo presente. estáte alerta. alerta. con cuidado. con cautela pero con prisa. había que llegar antes de que tu madre saliera al trabajo. sólo faltan dos cuadras, caminemos rápido. así. así. vamos. ¿qué te pasa? más rápido. ¿no ves que nos pueden descubrir? vamos. ingenuo, no sabía de tu sufrimiento.

Llegamos por fin a la calle que tanto he vuelto a visitar. esa puerta de hierro, la entrada a tu sagrada morada. tu santuario. mi santuario. el santuario de mi amor. tus ojos miel rodeados de rojo irradiaban desesperación. me tomabas con fuerza. te aferrabas, yo no lo sabía. querías aspirar y guardar hasta el último grado de mi calor corporal. quedártelo. llevártelo a donde sólo tú sabías que irías. esas manos que sujetaban mi brazo, cuánto las anhelo. pensé que sólo no querías despedirte. ingenuo. “Saca las llaves, amor. entra con cuidado. duerme mucho. dulces sueños. hablamos por la tarde. Te amo, la pasé genial“ solté las palabras como habitualmente lo hacía. las decía en verdad, pero con una informalidad particular, como un hábito. rompiste en un llanto inconsolable mientras mis brazos te recibían sorprendidos. tus sollozos me dolían. eran dagas desgarrando mi inconsciente. sin saber qué hacer, mucho menos qué decir, lo único restante por hacer era protegerte. te brindaba la leal cobertura de mi cuerpo, de mis sentimientos. sabías que podías confiar en mí. ¿entonces porqué no lo hiciste? lograste controlar los espasmos desconsolados hasta hacer tu respiración casi normal. tus hermosos ojos, bañados, afligidos, seguían siendo radiantes aún con la carga inmensa que escondían detrás de aquel iris que tanto quería. limpié tus mejillas sutilmente mientras disimulabas un aspecto más sereno, supuestamente feliz. “¿Qué pasa, amor?“ me aventuré.
silencio. más. y más silencio. mientras tu cabeza negaba, restándole importancia. “Nada, nada, me acordé de algo...“ inventaste. supuse que era acerca de tu padre y preferí reservarme otro cuestionamiento que empeorara la ocasión.

satisfecho con mis erradas conjeturas, tomé tus hombros con mis palmas. los estreché un poco. acto seguido, te atraje hacia mí. quería otro abrazo. otro de muchos. no sabía que sería el último. recargado sobre tu bella cabellera aromatizada, suspiré. no me quisiera ir nunca. tú sí. separaste tu rostro de mi pecho y volteaste para darme un beso. pensé que sería corto, de despedida, como los que acostumbrábamos. me encontré con tu lengua. tu respiración agitada. el deseo de arrancar un pedazo de mis labios. tus manos recorrían mi espalda, quizá tratando de encontrar algo. el mejor beso de toda mi vida. el eterno. el mágico. el fantástico. el extraordinario. el embelesante. el seductor. el estupendo. el maravilloso. el asombroso. el portentoso. el admirable. el sorprendente. el sensacional. el prodigioso. el fascinante. el mejor beso de toda mi vida. culminó. dijiste: “Te Amo“. y te alejaste. abriste la puerta de hierro. volteaste. te detuviste con aire melancólico bajo el marco de la entrada y lanzaste otro beso. como paloma mensajera podría jurar que impactó mis labios aún humedecidos por los tuyos.
adiós, mi amor. adiós. adiós. adiós, mi amor

regresé a mi casa. subí a mi cuarto. dormí placenteramente...quizá por última vez.

Eran las 6pm cuando recibí el llamado. era tu madre. sonaba desesperada. preguntaba por ti. no estabas en la casa. no estabas en tu cuarto. no había una nota. no había rastro. no había nada. era un desvanecimiento. volatilizable. vaporizable. enseguida fui a tu casa.

Si tu magia ya no me hace efecto ¿cómo voy a continuar?
Si me sueltas entre tanto viento ¿cómo voy a continuar?

Nunca sabremos realmente lo que pasaba por tu mente. me avergüenza admitirlo, quizá no te conocía tan bien. el sufrimiento era insondable. tragos de scotch me hacían perder el conocimiento pero jamás aliviar el padecimiento. tragos de tequila me hacían destrozar mi hígado pero jamás mi memoria. a veces, cuando la sobriedad me lo permitía, volvía a aquel convento de nuestra última aventura. aullaba por las noches. mis padres hicieron lo que pudieron. no se puede cuando la voluntad por vivir se ha esfumado como vaho en invierno. cuando me corrieron de casa, vagué sin rumbo por las calles. a veces dormía frente a la puerta hierro. subía a las bardas, a cualquiera y añoraba tus caricias una vez más. en mis momentos de lucidez era cuando recordaba todos los detalles. el último beso. tus ojos. tus manos. tus palabras. tu rostro. el contacto con tu cuerpo. y aquella noche que me concediste. quizá fue tu última. jamás supimos de ti. recuerdo que comentabas cuánto detestabas la ciudad. detestabas las presiones. mejor decidiste huir, quizá tu destino fue lo que las masas llaman “cielo“. me gustaría pensar así. te fuiste sin estela para seguir. sin un sendero para mí. me arrastraste contigo a un vacío del que nunca saldré. por eso, mientras bebo esta botella y me aproximo al borde de este maldito edificio, te digo, te grito y te imploro:
“Iré a tu encuentro, mi amor, espérame allí donde solíamos gritar...“

Muerte.


En las primeras horas de la mañana siguiente, a las afueras de la ciudad, en un pequeño pueblo agricultor, una mujer de hermosos ojos miel, de unos 30 años y con visible alegría, jugaba con su pequeño hijo.

Jugaban a ser nubes.








La importancia de la lectura


el amanecer arribó justo cuando la última lágrima de su mejilla terminó de secarse.
habían pasado horas milenarias, minutos centenarios & segundos anuales. cada fragmento de lo que definimos & medimos como tiempo aumentó dramáticamente su lento transcurrir. su rostro había cambiado la hermosa fisonomía. el líquido salado había hinchado sus bellas facciones & enrojecido el blanco espacio alrededor de esa rueda esmeralda que siempre le traía halagos de belleza. las mejillas aún lucían la ruta del seco caudal de lágrimas, en su parte superior tenía un poco ensombrecido el camino pues el maquillaje se había corrido,solo un poco. los negros cabellos enmarañados por las manos desesperadas que toda la noche los rozaron, seguían desprendiendo un aroma celestial, el aroma que de todas emana & que vuelve idiotas a los varones: perfume de mujer. el vestido carmesí antes impecable, ahora mostraba surcos, pliegues producidos por una ajetreada noche de remolinos entre edredones & sábanas de seda. remolinos, sin embargo, no de amor, remolinos de dolor: de coraje: de desesperación.
una zapatilla yacía al borde de la cama & la otra sobre el tocador, mismo que presentaba el espejo roto por el tacón rojo que estrellóse contra él apenas llegó la dama, 3 horas antes. su bolso había vibrado innumerables veces, ninguna de ellas había recibido la pertinente atención. "sinvergüenza". "cobarde". "imbécil". "patán". con cada nueva llamada, venía un nuevo adjetivo despectivo, por suerte su vocabulario era vasto & a lo largo de la noche no repitió ni uno solo, nombrando más de 30. quizás le había tocado alguno de estos improperios a una "amiga" desesperada [& descerebrada] que quería saber cómo estaba su "amor",su "nena",su "bff",su "bebé" o cualquier otro apelativo similar, incluso, alguna la había llamado "bitch"o "perra". "patéticas" pensaba ella, pero guardaba silencio para evitarse confrontaciones. había 3 personas que en verdad apreciaba más que otras solamente frecuentadas porque eran buena compañía para salidas nocturnas. hablaría con las relevantes después.
estaba deshecha.
su energía se había disipado con acciones innecesarias. llantos, golpes, movimientos bruscos & violentos en su colchón. todo dispensable pero tranquilizador.el cuarto irradiaba calor. su cuerpo irradiaba calor. sus ojos irradiaban calor.
pero los sentimientos eran gélidos. helados. indiferentes. por unos momentos sintió que sería incapaz de anhelar algo de nuevo. para siempre poseería un vacío voraz & mortal. mas duró poco la sensación de inmensa desolación, pocos pero,otra vez, eternos minutos. la fatiga, sin embargo, no amansaba la bestia de la ira. como una inyección de adrenalina sentía que podría correr sin parar de una ciudad a otra, quería destrozarse las plantas de los pies para experimentar si así volvía a sentir algo. pero era un hecho que el motivo del disgusto se había perdido en el olvido momentáneo, muchas horas atrás. como un hábito se había convertido en algo que estuvo & con tanta intensidad que parecía haber estado ahí desde siempre.

con el amanecer, la razón se impuso a la pasión & empezó el proceso lógico:

comenzó a recordar...

habían llegado antes de lo planeado. la invitación decía 20:00 hrs, pero es concilio popular que nadie, enfatizo: NADIE, llega a esa hora. ellas,empero, llegaron puntuales. tres amigas. las inseparables. más hermanas que amigas & también más amigas que hermanas. ella portaba un vestido mucho más llamativo que sus acompañantes & con razón,:él iría esta noche. en cuanto a las restantes, como ellas lo llamaban:"iban de cacería", nada formal, nada importante, ergo: arregladas "casual". el lugar, como se podría imaginar, estaba más muerto que dios. pero frente a ellas se erguía como un monumento salvador: la mesa del licor. pasaron 5 minutos criticando el lugar. risas burlonas. chistes de los cuales solo ellas conocían el significado & susurros para decidir cuándo sería el momento correcto para ir presurosas por líquido embriagante. pasaron 11 minutos. llegó sólo una muchacha con su novio & no los conocían. la decepción fue el detonante que necesitaron para acudir a la improvisada "barra". ella no era de las que gustaban de "contonear" su caminar para llamar la atención, a las otras dos no solo les gustaba, parecía que ponían su vida en hacerlo. bamboleo de caderas y repiqueteo de tacones en el suelo. para darle un toque más impactante: risas agudas & estridentes que captaran la atención de los presentes, lamentablemente, los únicos presentes eran el "bartender" que era un pobre infeliz de los que se mueren por tener amigos & hacen labores que nadie quiere hacer & la pareja que, más madura que las señoritas "modelos" que desfilaban en su idílica pasarela, rieron para sí.
llegaron al encuentro del idiota que les serviría toda la noche. con una sonrisa imbécil en la cara & sin apartar la vista de los pechos de la que estaba mejor dotada de las tres preguntó:
"¿Qué les sirvo MUJERZUELAS?"
sí, "mujerzuelas". pensó que tendría un efecto embelesante con sus interlocutoras pero recibió improperios como :
"¿¡Qué te pasa pinche "loser" "teto" idiota asqueroso!?",
"¡Mujerzuela tu mamá!".
después de que el rubor hizo su veloz & avergonzante aparición & luego de algo así como 25 disculpas a las damas, el "losertetoidiota" sirvióles: whisky con soda de manzana a ella, vodka con jugo de naranja a las otras dos. bebieron despacio, la noche era larga & su resistencia poca. no querían parecer novatas "preparatorianas". esas épocas habían pasado.
la música era la esperada: mala pero de moda. sonaban canciones bailables cuando las únicas personas dentro del recinto se movían tanto como las montañas. parecía reunión de amigos [o de rocas], en vez de fiesta "masiva". de vez en cuando la terna de ansiosas miradas femeninas se posaban en la entrada para decepcionarse segundos después pues sus deseos de compañía prometida no se materializaban. ni para ella, ni para ellas, las cazadoras.
pasaron 60 minutos.
canciones solitarias sin danzantes que las disfruten & bebidas ingeridas por aburrimiento extremo. habían llegado 20 personas más, todas ellas desconocidas para las muchachas. las miradas se cruzaban examinándose, criticando, comentando vestimentas, peinados, maquillajes, acompañantes: TODO. todo era minuciosamente alabado o destrozado verbalmente. muchas veces más destrozado.
risas fingidas. besos hipócritas. alabanzas inventadas. cariño ficticio. amabilidad forzada. todas esas maravillas humanas desfilaban por doquier. "patéticos" pensaba ella. el trío de damas se enfrascó en una charla cuyo comentario detonante lo hizo una valiente "criticona" profesional que para romper el hielo, se aventuró a decir:
"oye pero qué H-O-R-R-I-B-L-E se viste A____, ¿ya vieroooon?". como el bicarbonato con el agua o la sal con las lombrices, detonó una marabunta de risas inmediatamente seguida de improperios & bromas sobre el vestuario de la pobre A____.
20 minutos después del inicio de la marea de insultos, cesó. terminaron abruptamente porque la energía eléctrica cortó su suministro. insantáneamente la oscuridad & el silencio musical se adueñaron de la fiesta, pero quizá más rápido que el silencio, llegó el estruendo de gritos femeninos, alguno que otro masculino & risas nerviosas que provenían de los dos géneros casi por igual. si alguien hubiera prestado atención segundos después del incidente, habría habido conflictos por la cantidad de adjetivos despectivos lanzados unos a los otros. pero nadie estaba ni suficientemente consciente por las bebidas ni preparados para un imprevisto eléctrico. la histeria duró los mismos 2 minutos que tardó la electricidad en volver a circular, pero la retroalimentación con comentarios dizque "chistosos" duró, para algunos, toda a fiesta.
mas la luz trajo un regalo a su regreso, se abrieron las puertas de bienvenida & 4 amigos llegaron con bolsas plásticas que contenían dos botellas de agua mineral & dos botellas de whisky. la esperanza de las damas al fin se convirtió en hecho & sus acompañantes hacían su entrada triunfal a la todavía aburrida celebración.
como si se tratara de un reencuentro después de una sangrienta guerra o tal vez el retorno de una larguísima ausencia, las damiselas corrieron al encuentro con sus prospectos amorosos. brazos abiertos. miradas absortas. sonrisas sinceras. cariño verdadero. probablemente el primer acto carente de hipocresía. los caballeros sintiéronse magnánimos. sonrisas prepotentes pero en el fondo también honestas. un brazo seguía cargando las bolsas, mientras el otro se curvaba para recibir a las mujeres que alababan su llegada. besos en la mejilla. abrazos largos. preguntas obligadas: "¿por qué tardaron tanto?","¿de dónde vienen?", declaraciones habituales: "pensamos que ya no vendrían", "¡sí, pensamos que nos habían dejado plantadas!". más sonrisas. un poco de alegría para tan deprimente celebración. enseguida llegaron, se apoderaron de la música. poco a poco, los demás asistentes que conocían se alegraron de verlos y acudían a saludarlos, solían ser la parte "divertida" de las reuniones. cambiaron el ambiente. las canciones bailables ahora sí eran aprovechadas. las risas invadían el local. los decibeles se incrementaron. el alcohol ayudó & ayudó & siguió ayudando. botella tras botella. tequila, ron, vodka, whisky, mezcal, brandy: todos invitados también.

pasaron las horas. después más horas. personas se marcharon, otras se quedaron embarradas en sillas,en esquinas & hasta en escusados. los menos ebrios captaban la atención con pasos de baile tambaleantes. los más, lloraban sin razón en hombros de los que descansaban en el reino onírico. los alcoholizados platicaban. platicaban & platicaban. otros mandaban mensajes de celular de los que se arrepentirían al día siguiente. algunos más hacían llamadas, que igualmente, en un estado óptimo, no realizarían. los restantes, platicaban. la terna femenina se había separado. ella se encontraba suplicándole a su madre angustiada & hastiada que la dejara más tiempo en la fiesta. mientras tanto, una de sus amigas platicaba con su "prospecto". él ya se contaba entre los más tomados, no obstante su lenguaje se tornaba complejo. leía mucho & el alcohol en vez de mermar su vocabulario, lo elevaba a niveles que la imbécil de su interlocutora no lograría comprender, probablemente, jamás. la risa era prácticamente la única respuesta que podía obtener de la señorita & lo que clasificaba a las palabras expresadas como "conversación" & no como monólogo. irremediablemente, el monólogo-conversación derivó a lo único que los entrelazaba: Ella. unos tragos. palabras escupidas. risas emitidas. más sorbos. más palabras. ahora sonrisas. más palabras, las cruciales:

-"Es que, la neta, no sé. Me encanta, en serio me enloquece, pero es demasiado pusilánime. Además vivo con una tremenda zozobra, no sé si me hará caso o no."

su interlocutora esta vez no emitió sonrisa alguna. creyó haber entendido el contexto e incrédula se llevó la mano a la boca. escandalizada por lo patán que resultó ser él, salió corriendo en busca de su amiga que aún encontrábase enfrascada en una batalla materna por la permanencia festiva. llegó & con un gesto manual ejemplificando una decapitación le indicó que lo mejor sería que colgara urgentemente. por un instante la amiga cuestionó mímicamente la orden alzando los hombros, cejas & enseñando la dentadura & gesticulando un exagerado:

-"¡¿Por qué?!¡¿Qué pasó?!"
-"Vámonos ya, ahorita te cuento" contestó su amiga.

terminó la imploración con un "ya nos vamos,bye" & presurosa fue al encuentro de la amiga, quién a su vez había ido en busca de la última integrante de la terna. ya juntas las tres, una escandalizada, otra preocupada & otra ahogada, subiéronse al coche de la que tenía una noticia brutal por contar...

el bullicio de la fiesta era sólo producido por la música a elevado volumen que aún emanaba, las voces se habían apagado, disminuidas por la imposibilidad de los asistentes para seguir gritando, cantando, platicando o riendo. eran las 3:45 am, muy tarde o muy temprano, depende de si eres padre o hijo. la circulación era principalmente de gente ebria huyendo a sus casas tratando de eludir a la policía, papás enojados o papás adormilados o papás preocupados, taxistas que aumentaban hasta en 500% la tarifa normal & la minoría: los llamados conductores designados. & en uno de ésos vehículos noctámbulos, se encontraban 3 amigas...

-"Estoy así de "No mames", o sea, neta así de "¿Qué pedo?¿Qué te pasa güey", es que así tipo que no mames."
-"Ya, cuéntame, por fa."
-"O sea, estaba hablando con él ya sabes ¿no?, así casual, equis, buenacopa, así casual. & o sea, así, de repente, así ¡fuff! ¡se volvió loco güey! me dijo algo así como: "Me gusta cañón pero es demasiado PUTA...¡neta güey! & luego el idiot cínico patán me dijo que vivía con una tremenda ZORRA!"

las caras de incredulidad & los insultos nacieron al instante. abrazos & lágrimas vinieron después. el camino fue una crítica brutal al "imbécil pendejo ése" que se había atrevido a proferir semejantes improperios. el trayecto alborotado se convirtió en el arribo a su casa, deshecha, confundida, enojada, ultrajada. su mamá la esperaba medio despierta, con un mensaje fue suficiente para avisarle que había llegado. entró a su cuarto & la zapatilla se estrelló contra el espejo. empezó la sarta de insultos. los mensajes & llamadas a su celular & los océanos de lágrimas derramados...

al recordar todos los hechos, conociéndolo & conociendo la "inteligencia" de su amiga, supo que algo estaba mal. agarró su bolsa & vio las 37 llamadas perdidas & 25 mensajes. 30 eran de el par de amigas. 7 eran de él.
20 mensajes eran de ellas. 5 de él. leyó el texto. los femeninos eran los mismos insultos & consolaciones ya escuchados. los de él eran de confusión, no entendía porqué se había ido así "de la nada" & porqué su amiga había reaccionado así. decía también que la quería mucho, que se veía muy bien & que le había dado un gusto tremendo verla. la confusión aumentó & aunque era temprano, estaba cansada & seguro él también, llamó para aclarar las cosas.

Ring. Ring. Ring.

contestó él, con voz antes aclarada & fingida para no parecer somnolienta. lo saludó ella, más severa que de costumbre. después fue directo al embrollo.

-"¿Qué le dijiste de mí a mi amiga?"
-"Eh,pues nada malo, lo juro. Sólo le dije que eras un poco necia & que no sabía qué querías"

antes de su contestación, por la mente adormilada del joven, se libró una batalla entre decirle la verdad o no, fue rauda, su mente era veloz, & ganó la honestidad pues por lo que parecía algo había entendido mal la "sagaz" amiga.

-"¡Ay no!...¿en serio? pero ¿por qué entonces inventó algo bien tonto? ¿cómo se lo dijiste o qué?
-"Chale, pues la verdad ni me acuerdo, pero supongo que me puse medio de mamón a hablar muy acá..."
-"¡Ay! ¡acuérdate por fa!

después de intentar recordar las palabras exactas, llegaron a la conclusión de que "pusilánime" & "zozobra" eran las que más se acercaban a la "interpretación" que le dio la estúpida amiga. risas, risas & más risas. no podían creer el nivel de idiotez & cómo por una plática entre dos prácticamente desconocidos aunado a la ignorancia de la interlocutora, un inmenso problema se había generado.

.
Pusilánime dista muchísimo de puta.
Zozobra, aún más de zorra.
no obstante, la mente deficiente se las arregla para tergiversar el lenguaje, arrastrar al coraje, a la desilusión, a la tragedia a un tercero & además creer que se está ayudando.

aumenten su vocabulario.
un poco más de lectura, por favor,

no sean pusilánimes.