Sí, quisimos ser rebeldes.
la noche joven y la ausencia de autoridades alertas alimentaban ferozmente nuestro deseo de escape. los ritmos cardíacos que lenta pero constantemente apresuraban su latir no nos dejaban mentir. éramos jóvenes. ninguno quería decir la primera palabra. aquélla que detonaría la huída, las letras orales claves, las importantes. nuestras miradas fijas. nos sabíamos cómplices pero había algo de tensión en el aire, tensión mental, tensión moral.
adrenalina. adrenalina. adrenalina.
¿O qué era? sí, seguro adrenalina. siento mi garganta seca, quisiera decir algo pero de verdad no puedo. de hablar, un sonido terrible saldría de mi cuerpo, no quiero sonar terrible, no para ti. tal vez mi intento reprimido es notado por tu perspicacia. esbozas una sonrisa, la más linda. un beso. rápido. seguramente me sonrojo.
¿qué buscaríamos? ¿una expedición eterna? ¿la luz que nos guiaría?
el abrazo eterno en el que nos fundimos quedará plasmado en mi memoria, incluso hoy, podría describir el aroma, tu contacto, la vista y los sonidos que en esos minutos transcurrían, congelados para siempre en una polaroid imaginaria, hasta el fin de mis neuronas.
“Vamos, escapemos“ dice tu voz alegre. tu voz cómplice. al fin. tenías que ser tú la valiente, como siempre. me es imposible esconder mi satisfacción, una involuntaria y sincera sonrisa me delata. entonces recuerdo que tengo que ser sensato. “No deberíamos, es peligroso“. sabes que no es verdad. sabemos los dos que mis palabras son tan fútiles, tan prescindibles que con otro beso se borrarán, se desvanecerán inútiles en la inmensidad citadina.
Sí, quisimos ser alpinistas. la barda de tu casa era fácil de sortear. una maceta nos sirvió como escalón hacia la libertad. tu madre dormía, jamás sospecharía, no sabía siquiera que estaba yo ahí. el encanto del engaño era algo por naturaleza en los dos. felinos. nos creíamos más inteligentes. ja, ilusos. yo sentado en el borde de los ladrillos corroídos ayudándote a escalar. maniobras de escapismo. otra fotografía imborrable. hay veces quisiera algo abrasador, cloro mental que arrasara con las instantáneas almacenadas. muchas veces.
Fuera era distinto. el ambiente se diluía de manera vertiginosa. la tensión que experimentábamos minutos antes la habíamos mandado lejos ¿lejos? lejos es donde queríamos ir. otro choque de labios para celebrar la victoriosa escabullida. dedos entrelazados al emprender la travesía a alguna parte. los pasos aparentaban ser más sonoros que de costumbre, o tal vez el estado de alerta no se había ido del todo. paso. paso. paso. paso. como un ballet sincronizado avanzábamos por los adoquines aún bañados por la llovizna taciturna.
siento tu cabeza sobre mi hombro. algunas noches, en las que llueve, podría jurar que la siento de nuevo.
¿qué estábamos pensando?
repentinamente, comenzamos a correr. pasopasopasopasopaso. nuestras piernas rotaban veloces. dos gatos maullaron cuando a la medianoche, dos adolescentes pasaron raudamente frente a sus nocturnos ojos. dos cuadras más adelante, justo bajo un faro encendido, paramos. jadeantes, sonrientes e inconscientes. una caricia más. labios otra vez.
“¿Y ahora qué hacemos?, ¿adónde iremos?“ cuestioné.
“Conozco un lugar“declaraste.
Ir de tu mano era un paseo levitante. los pies se deslizaban sobre el suelo, la fatiga pasaba a segundo término. quizá con tu ayuda podría haber terminado ese maratón que jamás concluí. por un momento pensé que no sabías a dónde íbamos. las calles parecían laberintos. callejones escondidos que sólo conocían los que en ellos vivían.
¿tú los conocías? ¿cuántas veces habrías ido allí? ¿por qué?
un viento levante me hizo notar que sudaba un poco. íbamos realmente rápido. las luces en las casas generalmente estaban apagadas, alguno que otro sonámbulo seguía haciendo sus cosas, los menos. así llegamos a otra barda. más alta. más desafiante que la de tu casa.
sí, quisimos ser alpinistas. el único apoyo a nuestro alcance eran nuestras propias manos. tendrías que ser la pionera. entrelacé mis dedos. te sonreí. “Vas, intrépida“. el delicado peso de tu cuerpo parecía imperceptible, no era muy fuerte, pero te podría llevar cargando por el resto de mi vida. lo habría hecho. tus yemas dactilares bien adiestradas se asieron fuertemente a la orilla de cemento. fuiste alpinista. “Tu turno, mi criminal“ dijiste con amor entre cada letra lanzada al céfiro. mi mano derecha estrechando la tuya. tersa. suave al tacto. perfecta. lo recuerdo aunque no quiero. no tengo imagen, sólo memoria táctil. permanecerá. los dos sentados en la cima de aquella barda, ligeramente corroída por el tiempo, con la pintura descuidada, grietas profundas de las que brotaban pequeñas hojas, cuya producción de oxígeno no lograría mantener vivo ni al más insignificante roedor. con un movimiento como ensayado, volteamos al firmamento. esplendoroso lucía su mejor traje. decenas de estrellas lo engalanaban mientras nuestros ojos contemplaban el cautivador y lumínico espectáculo nocturno. tu cabeza volvió a mi hombro y mi espina dorsal sintió un leve cosquilleo, aquél tan placentero y que nunca más volvería. “¿Dónde estamos?“ pregunté casi en un susurro.“Todavía no voltees, primero abrázame, tampoco hables, por favor tontito“ me callaste sonriente. mi brazo rodeó tus delicados hombros con esa delicadeza, ese cariño indescriptible, una euforia contenida que cada ocasión en que mis dedos chocaban contra alguna parte de tu cuerpo liberaban sensaciones únicas. no me di cuenta hasta años después pero fue ahí cuando comenzó tu llanto.
Saboreamos cada segundo. podría haberme quedado petrificado ahí imperecederamente, como una estatua, a tu lado. quizá 20 ó 30 minutos pasamos en silencio,en tinieblas. no se percibía el ruido de ningún motor. de ningún ser viviente. éramos tú y yo. nubes entre las sombras.
el hechizo se rompió cuando tu frente dejó de tocar mi hombro. escondiste tu semblante de mis ojos hipnotizados y hablaste: “Gracias por el sigilo, ahora, vamos...“. quizá confundí la melancolía con lasitud almacenada, pero noté un tono distinto, un matiz vocal que tantas veces me culpé por no comprender en aquellas apacibles penumbras.
Cuando tornamos las miradas ya acostumbradas a la oscuridad, observamos la majestuosidad del convento. nunca había estado allí. coronado por una gigantesca cruz, la construcción lucía mística bajo la Luna astral. “Aquí solía venir de pequeña, mi padre me traía.“ en toda situación que él era mencionado, podía distinguirse el amargo abandono, quebranto sentimental que nunca pudiste esconder ni olvidar. te besé la mejilla y me topé un húmedo hilillo de tristeza. saltamos hacia el descuidado césped que cubría el lugar. entonces, tomados de la mano, comenzamos a deambular. la cabeza gacha. los pasos flotantes. irreales. en verdad volábamos de la mano. tampoco lo noté, pero a cada paso dejaste un sendero de lágrimas, el olvidado rastro de nuestra caminata rebelde. de tu agonía. ¿por qué no me dijiste? ¿por qué?¿por qué?
Libre era como me sentía y pensé que compartías el sentimiento, empero ahora pienso que las cadenas de dolor que mantenías atadas a tu ser, te impedían volar conmigo. te agradezco, sin embargo, que al menos intentaras viajar. el sitio, sin duda, era hermoso. después de explorar casi todos los rincones, me condujiste hasta el umbral. ahí nos besamos por siempre. el tiempo se volvió una nebulosa densa. parecía no existir. detenido. detenido. no existíamos. éramos aire. una mezcla de gases unidos. la euforia encarnada. alegría humanizada. Amor.
siglos después, cuando paramos las caricias, saqué una navaja y escribí en la desgastada puerta de madera.
“Seamos nubes“ deseaste justo antes de que empezara mi labor.
tallé nuestras iniciales. incondicionales. siguen ahí. todavía. seguirán.
entonces, al unísono, gritamos. gritamos. gritamos.
El alba se avecinaba presurosa. dormías sobre mis piernas. ¿por qué te desperté? no debí hacerlo, te hubiera protegido hasta el fin de los tiempos. “Vamos, hay que regresar“ susurré con ternura en tu oído. nos incorporamos, aletargados. creía que felices. la tenue luz azul que ahora iluminaba el terreno, producía un ambiente gélido, una realidad helada. íbamos de la mano como siempre. como tanto extraño. subimos la barda, ya éramos alpinistas. regresamos por cada recoveco que antes habíamos recorrido, en aquella noche que parecía había sucedido centenares de años atrás. sonidos de madrugadores rompían el encanto antes percibido. retornábamos a la objetividad. el surrealismo se desvanecía con el crepúsculo.
caminabas a mi lado, no obstante, por primera vez desde que te conocía te sentía distante, como una acompañante y no como parte de mi ser. lo recuerdo. pasamos las avenidas que habían estado tan desiertas sólo unas horas atrás. ahora nos cuidábamos de los vehículos. la fatiga disminuye la capacidad de reacción. tenlo presente. estáte alerta. alerta. con cuidado. con cautela pero con prisa. había que llegar antes de que tu madre saliera al trabajo. sólo faltan dos cuadras, caminemos rápido. así. así. vamos. ¿qué te pasa? más rápido. ¿no ves que nos pueden descubrir? vamos. ingenuo, no sabía de tu sufrimiento.
Llegamos por fin a la calle que tanto he vuelto a visitar. esa puerta de hierro, la entrada a tu sagrada morada. tu santuario. mi santuario. el santuario de mi amor. tus ojos miel rodeados de rojo irradiaban desesperación. me tomabas con fuerza. te aferrabas, yo no lo sabía. querías aspirar y guardar hasta el último grado de mi calor corporal. quedártelo. llevártelo a donde sólo tú sabías que irías. esas manos que sujetaban mi brazo, cuánto las anhelo. pensé que sólo no querías despedirte. ingenuo. “Saca las llaves, amor. entra con cuidado. duerme mucho. dulces sueños. hablamos por la tarde. Te amo, la pasé genial“ solté las palabras como habitualmente lo hacía. las decía en verdad, pero con una informalidad particular, como un hábito. rompiste en un llanto inconsolable mientras mis brazos te recibían sorprendidos. tus sollozos me dolían. eran dagas desgarrando mi inconsciente. sin saber qué hacer, mucho menos qué decir, lo único restante por hacer era protegerte. te brindaba la leal cobertura de mi cuerpo, de mis sentimientos. sabías que podías confiar en mí. ¿entonces porqué no lo hiciste? lograste controlar los espasmos desconsolados hasta hacer tu respiración casi normal. tus hermosos ojos, bañados, afligidos, seguían siendo radiantes aún con la carga inmensa que escondían detrás de aquel iris que tanto quería. limpié tus mejillas sutilmente mientras disimulabas un aspecto más sereno, supuestamente feliz. “¿Qué pasa, amor?“ me aventuré.
silencio. más. y más silencio. mientras tu cabeza negaba, restándole importancia. “Nada, nada, me acordé de algo...“ inventaste. supuse que era acerca de tu padre y preferí reservarme otro cuestionamiento que empeorara la ocasión.
satisfecho con mis erradas conjeturas, tomé tus hombros con mis palmas. los estreché un poco. acto seguido, te atraje hacia mí. quería otro abrazo. otro de muchos. no sabía que sería el último. recargado sobre tu bella cabellera aromatizada, suspiré. no me quisiera ir nunca. tú sí. separaste tu rostro de mi pecho y volteaste para darme un beso. pensé que sería corto, de despedida, como los que acostumbrábamos. me encontré con tu lengua. tu respiración agitada. el deseo de arrancar un pedazo de mis labios. tus manos recorrían mi espalda, quizá tratando de encontrar algo. el mejor beso de toda mi vida. el eterno. el mágico. el fantástico. el extraordinario. el embelesante. el seductor. el estupendo. el maravilloso. el asombroso. el portentoso. el admirable. el sorprendente. el sensacional. el prodigioso. el fascinante. el mejor beso de toda mi vida. culminó. dijiste: “Te Amo“. y te alejaste. abriste la puerta de hierro. volteaste. te detuviste con aire melancólico bajo el marco de la entrada y lanzaste otro beso. como paloma mensajera podría jurar que impactó mis labios aún humedecidos por los tuyos.
adiós, mi amor. adiós. adiós. adiós, mi amor
regresé a mi casa. subí a mi cuarto. dormí placenteramente...quizá por última vez.
Eran las 6pm cuando recibí el llamado. era tu madre. sonaba desesperada. preguntaba por ti. no estabas en la casa. no estabas en tu cuarto. no había una nota. no había rastro. no había nada. era un desvanecimiento. volatilizable. vaporizable. enseguida fui a tu casa.
Si tu magia ya no me hace efecto ¿cómo voy a continuar?
Si me sueltas entre tanto viento ¿cómo voy a continuar?
Nunca sabremos realmente lo que pasaba por tu mente. me avergüenza admitirlo, quizá no te conocía tan bien. el sufrimiento era insondable. tragos de scotch me hacían perder el conocimiento pero jamás aliviar el padecimiento. tragos de tequila me hacían destrozar mi hígado pero jamás mi memoria. a veces, cuando la sobriedad me lo permitía, volvía a aquel convento de nuestra última aventura. aullaba por las noches. mis padres hicieron lo que pudieron. no se puede cuando la voluntad por vivir se ha esfumado como vaho en invierno. cuando me corrieron de casa, vagué sin rumbo por las calles. a veces dormía frente a la puerta hierro. subía a las bardas, a cualquiera y añoraba tus caricias una vez más. en mis momentos de lucidez era cuando recordaba todos los detalles. el último beso. tus ojos. tus manos. tus palabras. tu rostro. el contacto con tu cuerpo. y aquella noche que me concediste. quizá fue tu última. jamás supimos de ti. recuerdo que comentabas cuánto detestabas la ciudad. detestabas las presiones. mejor decidiste huir, quizá tu destino fue lo que las masas llaman “cielo“. me gustaría pensar así. te fuiste sin estela para seguir. sin un sendero para mí. me arrastraste contigo a un vacío del que nunca saldré. por eso, mientras bebo esta botella y me aproximo al borde de este maldito edificio, te digo, te grito y te imploro:
“Iré a tu encuentro, mi amor, espérame allí donde solíamos gritar...“
Muerte.
En las primeras horas de la mañana siguiente, a las afueras de la ciudad, en un pequeño pueblo agricultor, una mujer de hermosos ojos miel, de unos 30 años y con visible alegría, jugaba con su pequeño hijo.
Jugaban a ser nubes.
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