Ignis Infortunium


estuve a punto de golpear al imbécil pintor que hizo mi retrato. era pésimo. me había cobrado demasiado dinero por un trabajo tan erróneo y falto de profesionalidad. mi rostro, ciertamente, no era lo más bello, sin embargo, no era mal parecido. algunas señoritas me encontraban incluso agradable a la vista. mi supuesto retrato era horrible. un rostro presentaba cicatrices transversales. líneas profundas que surcaban la faz del individuo. tenían un color amarillento. repugnante. la frente se prolongaba hasta media cabeza. los escasos cabellos que quedaban en el cráneo, lucían dañados por algo inverosímil. un agujero en vez de boca, expresaba un grito ahogado, tal vez su último suspiro. no podía resistir más. imbécil. salí de ahí sin pagarle. el pintor argumentaba que estaba bajo efectos de algún estupefaciente. imbécil. monté mi caballo y me alejé de la pobre residencia del impostor. galopeé con velocidad inusitada. enojado por la humillación. la brisa golpeaba mi cara. entrecerraba los ojos para contrarrestar el efecto cegador. el viento emitía una sinfonía ayudado por las ramas y árboles cercanos. de haber estado concentrado en mi trayecto, seguramente habría notado lo peligroso del camino. mi caballo siempre fiel, seguía a paso firme, a pesar de su miedo interno. no te puedo culpar compañero. los cascos chocaban contra el empedrado sendero. a veces chispas salían al rozar metal con mineral.

oí primero un rugido lejano. mi corcel aceleró aún más. fue demasiado. sus patas flaquearon ante la dureza del camino. el golpe fue mortal para mi amigo. su cuello fue destrozado por una roca saliente. mi suerte fue mejor. salí despedido por los aires, y tuve un aterrizaje sobre tierra mojada por la llovizna matinal. silencio. silencio. otro rugido extraño en la cercanía. silencio. me incorporé pesadamente, aproximándome al animal derrotado. algo rápido golpeó mi pantorrilla. un retrasado ruido llegó a mis oídos. me doblé de dolor. ¡cobardes! seis individuos enmascarados aparecieron en la escena. los llamados "Fantasmas" me habían interceptado al fin. su leyenda era bien conocida por los pueblerinos. iban ataviados con una manta manta alba. yo jamás les presté atención. no necesitaban dinero. su placer era causar dolor. la peor escoria del Reino.

el líder apeó de su monta con visible regocijo. hablaban un lenguaje singular, tal vez era sólo el acento, pero no entendí sus palabras. eran magos. manejaban el fuego a placer. largos tubos de metal escupían metal incandescente. las accionaron varias veces al aire. eran los rugidos antes escuchados. los 6 me rociaron con un líquido de olor extraño, amarillento. los 6 encendieron su aliado fulgurante, ahora en antorchas. los 6 lanzaron sus armas al aire. en mi dirección. y mi mundo se incendió. nada es comparable al dolor que sentí. corrí con desesperación, mientras risas daban vueltas en mi cabeza. risas y galope alejándose. corriendo ciego y sin poder tocar mi cara ardiente, logré llegar a un rincón de donde brotaba agua. alivio. alivio. alivio. después de unas horas, anestesiado naturalmente por el intenso dolor. me incorporé a beber agua. me acerqué a la orilla del arroyo. el Sol ya estaba cediendo su lugar a la Luna. algunas aves trinaban una melancólica melodía. atrás había quedado el cadáver de mi amigo caído. atrás mis lingotes dorados, que los "Fantasmas" robaron. atrás sus risas de burla y regocijo. con los últimos rayos de nuestra estrella. miré mi reflejo. líneas profundas surcaban mi rostro, amarillas heridas en un fondo enrojecido. el cabello antes largo y abundante, se había reducido y escaseaba hasta la mitad de mi cabeza. arrugas demacraban mi rostro antes juvenil. juré venganza.

días después regresé con el pintor. le pedí mi retrato. fue por el cuadro a una estancia contigua. al regresar, lo degollé. sobre el suelo, arrugada y un poco quemada, una manta blanca delataba sus crímenes. un Fantasma muerto, faltaban 5.

juré venganza.

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