Richter


Esa tarde todo parecía transcurrir como siempre. Mi madre gritaba, mi stéreo sonaba y mi mente viajaba. No había nada nuevo en el panorama. Nada fuera de lo ordinario. Fue entonces cuando algo llamó poderosamente mi atención. Había un vaso en el escritorio. A veces el bajo de las melodías hacía vibrar ligeramente al líquido. Sólo que esta vez, el ritmo no era constante y la vibración bastante pronunciada. Una telaraña se tejió con rapidez en el cristal. Crash. El stéreo dejó de tocar, y los gritos de mi madre se pronunciaron a extremos impensados, inimaginables, criminales. La televisión cayó de su base, y mis videojuegos colapsaron también en el frío mosaico. Mi cuerpo estaba petrificado. Mi cabeza quería moverse frenéticamente, pero las acciones de mi cuerpo eran nulas. Intentaba mover mi boca pero no podía, necesitaba gritar. Algo gutural resonó en el aire. No era un grito pero era algo. Oí pasos desesperados por las escaleras oxidadas. Pum. Pum. Pum. Con cada paso una vibración llegaba a mis oídos. Crash. Crash. Crash. Cristales se estrellaban por todos lados. Perros ladraban en las calles agitadas. Mi techo empezaba a presentar estragos considerables. De pronto una gran cantidad de polvo empezó a llover. Polvo blanco que cubría todo lo que antes llamaba habitación. Era como si alguien me agitara fuertemente. Sin embargo, yo seguía inmóvil. Quieto. Parecía que mantenía la calma. Por dentro era un torbellino. Un portazo sonó a mis espaldas. Era mi madre. ¡Qué alivio! No me había olvidado. Tomó mi aposento con fuerza y le dio la vuelta. Sin embargo las ruedas de mi silla se habían dañado por el movimiento telúrico. Oía sus gritos de angustia, y en el suelo había rastros rojos dejados seguramente por ella. Quería ayudarla. Quería salvarla. Si subir los escalones en condiciones normales era pesado, bajarlos con la estructura tan dañada era casi imposible. Pum. Pum. Pum. Pum. Bajamos los escalones como pudimos. Llegamos a la puerta principal. El paisaje era desolador. Mi casa estaba en ruinas. Fue entonces cuando, estando tan cerca de la salida, oí un golpe seco. Una viga había colapsado. Una viga había colapsado cayendo sobre mi madre. Mi silla perdió impulso y se detuvo justo frente al marco de la puerta principal. Estaba abierta, sólo faltaban unos centímetros para salir. A veces deseaba no ser cuadrapléjico. Esa era una de esas ocasiones. Destrucción y sufrimiento en las calles. Destrucción y sufrimiento en mi casa. El marco de la puerta también colapsó. También colapsó. Despiértenme cuando pase el temblor. Mi madre y yo. Mi madre y yo, nunca despertamos.

2 comentarios: